La Navidad en las Monta?as(txt+pdf+epub+mobi电子书下载)


发布时间:2020-09-26 07:35:54

点击下载

作者:Ignacio Manuel Altamirano

格式: AZW3, DOCX, EPUB, MOBI, PDF, TXT

La Navidad en las Monta?as

La Navidad en las Monta?as试读:

PREFACE

As the author himself says in his Dedicatoria, a picture of Mexican life is here offered, not as seen in large cities, which are much the same all the world over, but in remote rural districts, "en las montańas." The tale is idyllic, but in spite of its romantic spirit it presents a vivid picture of rural life in Mexico.

The text of this story is taken from the Fifth Edition, in theBiblioteca de la Europa y América, Paris, 1891.E.A.H.M.J.L.

INTRODUCTION

The following is quoted from Modern Mexican Authors, by FrederickStarr.[1]

"No one who knows not the Mexican Indian village can appreciate the heroism of the man, who, born of Indian parents, in such surroundings attains to eminence in the nation. It is true that the Aztec mind is keen, quick, receptive; true that the poorest Indian of that tribe delights in things of beauty; true that the proverb and pithy saying in their language show a philosophic perception. But after all this is admitted, the horizon of the Indian village is narrow; there are few motives to inspiration; life is hard and monotonous. It must indeed be a divine spark that drives an Aztec village boy to rise above his surroundings, to gain wide outlook, to achieve notable things.

"Ignacio M. Altamirano, a pure Aztec Indian, was born at Tixtla, State of Guerrero, December 12, 1834. The first fourteen years of his life were the same as those of every Indian boy in Mexico; he learned the Christian Doctrine and helped his parents in the field. Entering the village school, he excelled, and was sent at public expense in 1849 to Toluca to study at the Instituto Literario. From that time on his life was mainly literary,—devoted to learning, to instructing, and to writing. From Toluca he went to the city of Mexico, where he entered the Colegio de San Juan Letran. In 1854 he participated in the Revolution. From that date his political writings were important. Ever a Liberal of the Liberals, he figured in the stirring events of the War of the Reform, and in 1861 was in Congress. When aroused he was a speaker of power; his address against the Law of Amnesty was terrific. Partner with Juarez in the difficulties under Maximilian, he was also partner in the glory of the re-established Republic. From then, as journalist, teacher, encourager of public education, and man of letters, his life passed usefully until 1889, when he was sent as Consul-General of the Republic to Spain. His health failing there, he was transferred to the corresponding appointment at Paris. He died February 13, 1893, at San Remo. His illness was chiefly nostalgia, longing for that Mexico he loved so much and served so well.

"Altamirano was honored and loved by men of letters of both political parties. His honesty, independence, strength, and marvelous gentleness bound his friends firmly to him. He loved the young, and ever encouraged those rising authors who form to-day the literary body of Mexico. He ever urged the development of a national, a characteristic literature, and pleaded for the utilization of national material."

[Footnote 1: Published by The Open Court Publishing Co.,Chicago, 1904.]

DEDICATORIA A FRANCISCO SOSA

A Vd., mi querido amigo, a Vd. que hace justamente veinte ańos, en este mes de Diciembre, casi me secuestró, por espacio de tres días, a fin de que escribiera esta novela, se la dediqué, cuando se publicó por primera vez en México.

Recuerdo bien que deseando Vd. que saliese algo mío en "El Álbum" de Navidad que se imprimía, merced a los esfuerzos de Vd., en el folletín de "La Iberia" periódico que dirigía nuestro inolvidable amigo Anselmo de la Portilla, me invitó para que escribiera un cuadro de costumbres mexicanas; prometí hacerlo, y fuerte con semejante promesa, se instaló Vd. en mi estudio, y conociendo por tradición mi decantada pereza, no me dejó descansar, alejó a las visitas que pudieran haberme interrumpido; tomaba las hojas originales a medida que yo las escribía, para enviarlas a la Imprenta, y no me dejó respirar hasta que la novela se concluyó.

Esto poco más o menos decía yo a Vd. en mi dedicatoria que no tengo a la mano, y que Vd. mismo no ha podido conseguir, cuando se la he pedido últimamente para reproducirla.

He tenido, pues, que escribirla de nuevo para la quinta edición que va a hacerse en París y para la sexta que se publicará en francés.

Reciba Vd. con afecto este pequeńo libro, puesto que a Vd. debo el haberlo escrito.

IGNACIO M. ALTAMIRANO

PARÍS, Diciembre 26 de 1890

LA NA

VI

DAD EN LAS MONTAŃAS

I

El sol se ocultaba ya; las nieblas ascendían del profundo seno de los valles; deteníanse[1] un momento entre los obscuros bosques y las negras gargantas de la cordillera, como un rebańo gigantesco; después avanzaban con rapidez hacia las cumbres; se desprendían majestuosas de las agudas copas de los abetos e iban por último a envolver la soberbia frente de las rocas, titánicos guardianes de la montańa que habían desafiado allí, durante millares de siglos, las tempestades del cielo y las agitaciones de la tierra.

Los últimos rayos del sol poniente franjaban de oro y de púrpura estos enormes turbantes formados por la niebla, parecían incendiar las nubes agrupadas en el horizonte, rielaban débiles en las aguas tranquilas del remoto lago, temblaban al retirarse de las llanuras invadidas ya por la sombra, y desaparecían después de iluminar con su última caricia la obscura cresta de aquella oleada de pórfido.

Los postreros rumores del día anunciaban por dondequiera la proximidad del silencio. A lo lejos, en los valles, en las faldas de las colinas, a las orillas de los arroyos, veíanse reposando quietas y silenciosas las vacadas; los ciervos cruzaban como sombras entre los árboles, en busca de sus ocultas guaridas; las aves habían entonado ya sus himnos de la tarde, y descansaban en sus lechos de ramas; en las rozas se encendía la alegre hoguera de pino, y el viento glacial del invierno comenzaba a agitarse entre las hojas.

[Footnote 1: The object pronoun may follow an indicative verb that is the first word in a clause.]

II

La noche se acercaba tranquila y hermosa: era el 24 de diciembre, es decir, que pronto la noche de Navidad cubriría nuestro hemisferio con su sombra sagrada y animaría a los pueblos cristianos con sus alegrías íntimas. żQuién que ha nacido cristiano y que ha oído renovar cada ańo, en su infancia, la poética leyenda del nacimiento de Jesús, no siente en semejante noche avivarse los más tiernos recuerdos de los primeros días de la vida?

Yo Ąay de mí! al pensar que me hallaba, en este día solemne, en medio del silencio de aquellos bosques majestuosos, aun en presencia del magnífico espectáculo que se presentaba a mi vista absorbiendo mis sentidos, embargados poco ha por la admiración que causa la sublimidad de la naturaleza, no pude menos que interrumpir mi dolorosa meditación, y encerrándome en un religioso recogimiento, evoqué todas las dulces y tiernas memorias de mis ańos juveniles. Ellas se despertaron alegres como un enjambre de bulliciosas abejas y me transportaron a otros tiempos, a otros lugares; ora al seno de mi familia humilde y piadosa, ora al centro de populosas ciudades, donde el amor, la amistad y el placer en delicioso concierto, habían hecho siempre grata para mi corazón esa noche bendita.

Recordaba mi pueblo, mi pueblo querido, cuyos alegres habitantes celebraban a porfía con bailes, cantos y modestos banquetes la Nochebuena. Parecíame ver aquellas pobres casas adornadas con sus Nacimientos y animadas por la alegría de la familia: recordaba la pequeńa iglesia iluminada, dejando ver desde el pórtico el precioso Belén,[1] curiosamente levantado en el altar mayor: parecíame oir los armoniosos repiques que resonaban en el campanario, medio derruido, convocando a los fieles a la misa de gallo, y aun escuchaba con el corazón palpitante la dulce voz de mi pobre y virtuoso padre, excitándonos a mis hermanos y a mí a arreglarnos pronto para dirigirnos a la iglesia, a fin de llegar a tiempo; y aun sentía la mano de mi buena y santa madre tomar la mía para conducirme al oficio. Después me parecía llegar, penetrar por entre el gentío que se precipitaba en la humilde nave, avanzar hasta el pie del presbiterio, y allí arrodillarme admirando la hermosura de las imágenes, el portal resplandeciente con la escarcha, el semblante risueńo de los pastores, el lujo deslumbrador de los Reyes magos, y la iluminación espléndida del altar. Aspiraba con delicia el fresco y sabroso aroma de las ramas de pino, y del heno que se enredaba en ellas, que cubría el barandal del presbiterio y que ocultaba el pie de los blandones. Veía después aparecer al sacerdote revestido con su alba bordada, con su casulla de brocado, y seguido de los acólitos, vestidos de rojo con sobrepellices blanquísimas. Y luego, a la voz del celebrante, que se elevaba sonora entre los devotos murmullos del concurso, cuando comenzaban a ascender las primeras columnas de incienso, de aquel incienso recogido en los hermosos árboles de mis bosques nativos, y que me traía con su perfume algo como el perfume de la infancia, resonaban todavía en mis oídos los alegrísimos sones populares con que los tańedores de arpas, de bandolinas y de flautas, saludaban el nacimiento del Salvador. El Gloria in excelsis,[2] ese cántico que la religión cristiana poéticamente supone entonado por ángeles y por nińos, acompańado por alegres repiques, por el ruido de los petardos y por la fresca voz de los muchachos de coro, parecía transportarme con una ilusión encantadora al lado de mi madre, que lloraba de emoción, de mis hermanitos que reían, y de mi padre, cuyo semblante severo y triste parecía iluminado por la piedad religiosa.

[Footnote 1: #Belén#. Representation of the manger at Bethlehem at theNativity with figures of Christ, Mary, Joseph, the shepherds, etc. For agood description of the same in Spanish, see Noche Buena, by PérezGaldós, in Bransby's Spanish Reader, page 41, and Mula y el buey inHills and Reinhardt's Spanish Short Stories, both published by D.C.Heath & Company.]

[Footnote 2: #Gloria in excelsis#, glory in the highest.]

III

Y después de un momento en que consagraba mi alma al culto absoluto de mis recuerdos de nińo, por una transición lenta y penosa, me trasladaba a México, al lugar depositario de mis impresiones de joven.

Aquél era un cuadro diverso. Ya no era la familia; estaba entre extrańos; pero extrańos que eran mis amigos, la bella joven por quien sentí la vez primera palpitar mi corazón enamorado, la familia dulce y buena que procuró con su carińo atenuar la ausencia de la mía.

Eran las posadas con sus inocentes placeres y con su devoción mundana y bulliciosa; era la cena de Navidad con sus manjares tradicionales y con sus sabrosas golosinas; era México, en fin, con su gente cantadora y entusiasmada, que hormiguea esa noche en las calles corriendo gallo; con su Plaza de Armas llena de puestos de dulces; con sus portales resplandecientes; con sus dulcerías francesas, que muestran en los aparadores iluminados con gas un mundo de juguetes y de confituras preciosas; eran los suntuosos palacios derramando por sus ventanas torrentes de luz y de armonía. Era una fiesta que aun me causaba vértigo.

IV

Pero volviendo de aquel encantado mundo de los recuerdos a la realidad que me rodeaba por todas partes, un sentimiento de tristeza se apoderó de mí.

ĄAy! había repasado en mi mente aquellos hermosos cuadros de la infancia y de la juventud; pero ésta se alejaba de mí a pasos rápidos, y el tiempo que pasó al darme su poético adiós hacía más amarga mi situación actual.

żEn dónde estaba yo? żQué era entonces? żA dónde iba? Y un suspiro de angustia respondía a cada una de estas preguntas que me hacía, soltando las riendas a mi caballo, que continuaba su camino lentamente.

Me hallaba perdido entonces en medio de aquel océano de montańas solitarias y salvajes; era yo un proscrito, una víctima de las pasiones políticas, e iba tal vez en pos de la muerte, que los partidarios en la guerra civil tan fácilmente decretan contra sus enemigos.

Ese día cruzaba un sendero estrecho y escabroso, flanqueado por enormes abismos y por bosques colosales, cuya sombra interceptaba ya la débil luz crepuscular. Se me había dicho que terminaría mi jornada en un pueblecillo de montańeses hospitalarios y pobres, que vivían del producto de la agricultura, y que disfrutaban de un bienestar relativo, merced a su alejamiento de los grandes centros populosos, y a la bondad de sus costumbres patriarcales.

Ya se me figuraba hallarme cerca del lugar tan deseado, después de un día de marcha fatigosa: el sendero iba haciéndose más practicable, y parecía descender suavemente al fondo de una de las gargantas de la sierra, que presentaba el aspecto de un valle risueńo, a juzgar por los sitios que comenzaba a distinguir, por los riachuelos que atravesaba, por las cabańas de pastores y de vaqueros que se levantaban a cada paso al costado del camino, y en fin, por ese aspecto singular que todo viajero sabe apreciar aun al través de las sombras de la noche.

Algo me anunciaba que pronto estaría dulcemente abrigado bajo el techo de una choza hospitalaria, calentando mis miembros ateridos por el aire de la montańa, al amor de una lumbre bienhechora, y agasajado por aquella gente ruda, pero sencilla y buena, a cuya virtud debía yo desde hacía tiempo inolvidables servicios.

Mi criado, soldado viejo, y por lo tanto acostumbrado a las largas marchas y al fastidio de las soledades, había procurado distraerse durante el día, ora cazando al paso, ora cantando, y no pocas veces hablando a solas, como si hubiese evocado los fantasmas de sus camaradas del regimiento.

Entonces se había adelantado a alguna distancia para explorar el terreno, y sobre todo, para abandonarme con toda libertad a mis tristes reflexiones.

Repentinamente lo ví volver a galope, como portador de una noticia extraordinaria.

—żQué hay, González?—le pregunté.

—Nada, mi capitán, sino que habiendo visto a unas personas que iban a caballo delante de nosotros, me avancé a reconocerlas y a tomar informes, y me encontré con que eran el cura del pueblo adonde vamos, y su mozo, que vienen de una confesión y van al pueblo a celebrar la Nochebuena. Cuando les dije que mi capitán venía a retaguardia, el seńor cura me mandó que viniera a ofrecerle de su parte el alojamiento, y allí hizo alto para esperarnos.

—żY le diste las gracias?

—Es claro, mi capitán, y aun le dije que bien necesitábamos de todos sus auxilios, porque venimos cansados y no hemos encontrado en todo el día un triste rancho donde comer y descansar.

—żY qué tal? żparece buen sujeto el cura?

—Es espańol, mi capitán, y creo que es todo un hombre.

—ĄEspańol!—me dije yo;—eso sí me alarma; yo no he conocido clérigos espańoles más que carlistas. En fin, con no promover disputas políticas, me evitaré cualquier disgusto y pasaré una noche agradable.

V

amos, González, a reunimos al cura.

Diciendo esto, puse mi caballo a galope, y un minuto después llegamos adonde nos aguardaban el eclesiástico y su mozo.

Adelantóse el primero con exquisita finura, y quitándose su sombrero de paja me saludó cortésmente.

—Seńor capitán—me dijo—en todo tiempo tengo el mayor placer en ofrecer mi humilde hospitalidad a los peregrinos que una rara casualidad suele traer a estas montańas; pero en esta noche, es doble mi regocijo, porque es una noche sagrada para los corazones cristianos, y en la cual el deber ha de cumplirse con entusiasmo: es la Nochebuena, seńor.

Dí las gracias al buen sacerdote por su afectuosidad, y acepté desde luego oferta tan lisonjera.

—Tengo una casa cural muy modesta—ańadió—como que es la casa de un cura de aldea, y de aldea pobrísima. Mis feligreses viven con el producto de un trabajo improbo y no siempre fecundo. Son labradores y ganaderos, y a veces su cosecha y sus ganados apenas les sirven para sustentarse. Así es que mantener a su pastor es una carga demasiado pesada para ellos; y aunque yo procuro aligerarla lo más que me es posible, no alcanzan a darme todo lo que quisieran, aunque por mi parte tengo todo lo que necesito y aun me sobra. Sin embargo, me es preciso anticipar a Vd. esto, seńor capitán, para que disimule mi escasez, que, con todo, no será tanta que no pueda yo ofrecer a Vd. una buena lumbre, una blanda cama y una cena hoy muy apetitosa gracias a la fiesta.

—Yo soy soldado, seńor cura, y encontraré demasiado bueno cuanto Vd. me ofrezca, acostumbrado como estoy a la intemperie y a las privaciones. Ya sabe Vd. lo que es esta dura profesión de las armas y por eso omito un discurso que ya antes hizo Don Quijote[1] en un estilo que me sería imposible imitar.

Sonrió el cura al escuchar aquella alusión al libro inmortal que siempre será caro a los espańoles y a sus descendientes, y así en buen amor y compańía continuamos nuestro camino, platicando sabrosamente.

Cuando nuestra conversación se había hecho más confidencial, díjele que tendría gusto en saber, si no había inconveniente en decírmelo, cómo había venido a México, y por qué él, espańol y que parecía educado esmeradamente, se había resignado a vivir en medio de aquellas soledades, trabajando con tal rudeza y no teniendo por premio sino una situación que rayaba en miseria.

Contestóme que con mucho placer satisfaría mi curiosidad, pues no había nada en su vida que debiera ocultarse; y que por el contrario, justamente para deshacer en mi ánimo la prevención desfavorable que pudiera haberme producido el saber que era espańol, pues conocía bastantemente nuestras preocupaciones a ese respecto, se alegraba de poder referirme en los primeros instantes de nuestro conocimiento algo de su vida, mientras llegábamos al pueblecillo, que ya estaba próximo.

[Footnote 1: #Don Quijote#, hero of Cervantes' famous novel of the same name, a masterpiece known in all the civilized world. The speech referred to may be found in Part I, Chap. XXX

VII

I. Cervantes (1547-1616) is Spain's most famous author.]V

—Vine al país de Vd.,—me dijo,—muy joven y destinado al comercio, como muchos de mis compatriotas. Tenía yo un tío en México bastante acomodado, el cual me colocó en una tienda de ropas; pero notando algunos meses después de mi llegada que aquella ocupación me repugnaba sobre manera, y que me consagraba con más gusto a la lectura, sacrificando a esta inclinación aun las horas de reposo, preguntóme un día si no me sentía yo con más vocación para los estudios. Le respondí, que en efecto la carrera de las letras me agradaba más; que desde pequeńo sońaba yo con ser sacerdote, y que si no hubiese tenido la desgracia de quedar huérfano de padre y madre en Espańa, habría quizás logrado los medios de alcanzar allá la realización de mis deseos. Debo decir a Vd. que soy oriundo de la provincia de Álava,[1] una de las tres vascongadas, y mis padres fueron honradísimos labradores, que murieron teniendo yo muy pocos ańos, razón por la cual una tía a cuyo cargo quedé se apresuró a enviarme a México, donde sabía que mi susodicho tío había reunido, merced a su trabajo, una regular fortuna. Este generoso tío escuchó con sensatez mi manifestación, y se apresuró a colocarme con arreglo a mis inclinaciones. Entré en un colegio, donde, a sus expensas, hice mis primeros estudios con algún provecho. Después, teniendo una alta idea de la vida monacal, que hasta allí sólo conocía por los elogios interesados que de ella se hacían y por la poética descripción que veía en los libros religiosos, que eran mis predilectos, me puse a pensar seriamente en la elección que iba a hacer de la Orden regular en que debía consagrarme a las tareas apostólicas, sueńo acariciado de mi juventud; y después de un detenido examen me decidí a entrar en la religión de los Carmelitas[2] descalzos. Comuniqué mi proyecto a mi tío, quien lo aprobó y me ayudó a dar los pasos necesarios para arreglar mi aceptación en la citada Orden. A los pocos meses era yo fraile; y previo el noviciado[3] de rigor, profesé y recibí las órdenes sacerdotales, tomando el nombre de fray José de San Gregorio, nombre que hice estimar, seńor capitán, de mis prelados y de mis hermanos todos, durante los ańos que permanecí en mi Orden, que fueron pocos.

Residí en varios conventos, y con gran placer recuerdo los hermosos días de soledad que pasé en el pintoresco Desierto de Tenancingo,[4] en donde sólo me inquietaba la amarga pena de ver que perdía en el ocio una vida inútil, el vigor juvenil que siempre había deseado consagrar a los trabajos de la propaganda evangélica.

试读结束[说明:试读内容隐藏了图片]

下载完整电子书


相关推荐

最新文章


© 2020 txtepub下载